viernes, 20 de mayo de 2011

Hora sexta

Mi alma se abraza a la respiración suave precedente a una dulce siesta, se amansa con el olor del café recién hecho, se estremece con la brisa que corre por la ventana. Espera a que las sábanas se acomoden a su silueta, a que le rocen la piel como en un beso. A que el calor se pegue a su inmaterialidad, a que le reconforte la suavidad de tu piel, el marrón de tus ojos; se amansa la fiera, me cierra los párpados con la lentitud y el tempo de un 2/4. El remover de la cucharilla, la extravagancia de la rutina tardina. Son las cuatro, hora sexta.

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