miércoles, 23 de febrero de 2011

Nebulosa de una soberbia embaucadora

¿Cómo hacer para sacarlo todo y a ciencia inexacta jugarte el cuello sin que de miedo? Ojalá que con la mirada se dijera todo, como se suele decir, pero es que hay ocasiones en las que la inseguridad del segundo siguiente hace todo el trabajo y me corta las palabras como si de un sobrante se tratara.  Las miradas ahora se suponen insuficientes.
Y es que vuelvo a pensar en la respuesta sellada con los labios que pensaba precisa y de repente me sugiere un soplo de aire fresco que quizá las cosas no estén claras. 
Las caricias por ambos lados se entremezclan con verdades y bromas, dejando un límite de infinita indefinición. Hacer de tripas corazón y arriesgarme a decir algo que ninguno se atreve siquiera a pensar o abogar por que las ideas bombardeen sabiendo sin saber que en el fondo que soy yo la que dibuja con los dedos.
Sigue desabrochando, poco a poco a ciencia incierta.

martes, 15 de febrero de 2011

No es, ni lo fue nunca, un dato empírico.

Comienzan a caer de nuevo las inoportunas gotas de la lluvia que me mojan la cara, el pelo y me calan hasta por dentro. Se me eriza el vello. La inoportunidad sorprende y esta vez no tiene connotación adversa.
Las pizcas de inoportunidad se me curvan por los mofletes y me hacen cosquillas. Estos días de un color con una reflectancia del 18% no son tristones, ni compañeros del chocolate. Hoy no. ¿Quién osa a decirle a una sonrisa que se esconda? Insignificante, será ignorada tal decisión.
Las sábanas mojadas en el tendedero, me asomo corriendo a quitarlas despacio porque esta inoportunidad que golpea mis mejillas me anima; y es que aunque me abrace a la almohada por las mañanas intentado recuperar la feliz compañía del sueño, nada se compara a un despertar nublado con un timbre familiar que me hace saber a ciencia cierta que es el precedente de la sonrisa imborrable de un gris medio.

miércoles, 2 de febrero de 2011

Sensaciones cromáticas

Echo de menos el sonido de las olas por las mañanas y por las noches. Echo de menos que la espuma me diga: "Buenos días" y "Buenas noches". ¿Quién me iba a decir que lo encontraría de nuevo en un mar de edificios que no me dejan oír la marea?. Pues sí, en este mismo momento dejándome acompañar por un pseudosonido tan aproximado al real que hace que caiga en la más profunda tranquilidad en mitad de un lío de estrés y libros.
Va y viene, continuo, acompasado. Y me contagio. Voy y vengo yo también. Y me recuerda al dulce momento de sábanas calentitas en una mañana de frío de un 2 de febrero cuando, por cosas ajenas a mi voluntad, tuve que abandonarlas y dejar al mar solo entre ellas.
Y ahora es cuando echo de menos el olor a mar.