martes, 12 de julio de 2011

Etimológicamente desocupada.

Me zambullo en el agua, el calor me ha obligado a salir del mundo que he creado al pasar las páginas. Qué bien sienta. Y miro atrás, me doy la vuelta y ahí está.
Esas casitas blancas que parecen de dibujo rodeadas de palmeras y valladas por un paseo que limita este lugar, haciéndolo, como realmente es, tan singular y curioso que nadie lo conoce. Pero paradojas de esta vida, quien menos te lo esperas ha oído hablar de él.
El mar me susurra cosas que no llego a entender. La arena me calienta y me acomoda, me invita a volver. El olor que eché de menos y que nunca echaré a la mar. El viento que ahuyenta a los exquisitos y trae consigo las algas del mar.

Se me acumulan las sonrisas, las risas, la vuelta en mis pisadas, retroceder a mis pasos más tempranos, rememorando las calles y las anécdotas más lejanas, mirando a los ojos de la infancia crecidos y pasados ya los veinte. Antigua añoranza tan descrita y popular que se asemeja a lo trivial, pero que, sin embargo, se convierte en el encanto y la sensación embaucadora que me hace sonreír al tumbarme en el mar.
Preventivamente recomendada, vacare.